jueves, 8 de mayo de 2008

Regalona

No recuerdo cuánto tiempo la he tenido. Sí que la canjeé por puntos acumulados gracias a mi buena conducta en Smartcom. Me olvidé o no sabía que podía obtener premios por ser tan obediente en el pago y en ocupar tantos minutos en el celular. Hoy la tengo aún a mi lado, en mi bolsillo ¿serán 5 años? Creo que sí. Es la billetera que más me ha durado y por lo mismo, sin ser un fetichista acérrimo, es que le guardo cierto cariño, sobre todo porque se me ha perdido 4 veces y, como en tantos eternos retornos, ha vuelto a mí sólo por el capricho del azar. Las últimas dos veces que se me perdió fueron el año pasado. La primera se me quedó en un colectivo y estuve a punto de realizar todos los trámites para bloqueos y cuánto se necesita renovar en documentos. Mi madre esa noche cuando supo rezó y le pidió a dios que la billetera apareciera. Y en la mañana siguiente una señora la llevó a su casa intacta. ¿Cómo llegó hasta la casa de mi madre? Por la dirección del carné de conducir. De cualquier modo fue esperanzador el hecho de que esta amable señora fuese desde los jardines del norte hasta la casa de mis padres en el centro de la ciudad a devolverla. “Es que a uno le puede pasar y esperaría que los demás hicieran lo mismo”, respondió la señora ante la pregunta obvia de mi mamá. La segunda vez fue casi a fin de año, después de una juerga por la titulación de abogada de una amiga. Comenzamos en el Boliche con varios ron cola para terminar en La Caverna bebiendo cervezas y viendo buenos videos rockeros. A mi me picó la guata, y como estaba recién pagado, llamé un radiotaxi y partí a la Golf, le expliqué claramente al taxista a lo que iba y accedió. Como iba con mis copetes entretuve muy bien al buen tipo quien entró calmadamente en ese contexto surreal que es la Golf. Le dije “tranquilo, pare aquí”. En ese momento se puso nervioso. Aparecieron al instante dos fantasmas y uno me mostró una bolsa de 5, me aluciné y le dije con la ventana del auto abierta "ya, pasa" . La obsesión de ver la pasta y la alegría drogona de tenerla me hizo abrir la billetera y mirar sólo el color blanco plomizo que permanecía dentro de la bolsa, momento en que el fantasma se hizo de carne y hueso y me arrebató la billetera ipsofacto. Se fue con 180 mil pesos. Tuve que decirle al taxista que le pagaría 10 mil pesos en la quincena y que por favor me llevara de vuelta a la casa con la bolsa de tiza molida en la mano y completamente derrotado. Al día siguiente inventé un asalto para no tener que dar explicaciones desastrosas y sobre todo apocalípticas de mi condición. Saqué nuevamente carné de identidad y de conducir previa repactación de préstamo de la caja de compensación. De ese modo no sentí el golpe del dinero perdido porque mantuve la cuota de cada mes sólo que alargue la cantidad en el tiempo. El tiempo, de eso se trata todo. Por supuesto después del suceso otra vez fui a alguna celebración y otra vez roncolas y cervezas y ganas de fumar. Y otra vez partí a la Golf. En esa ocasión me vio un fantasma que antes paseaba por los contornos del supermercado Líder y que tiene una enfermedad que lo hace parecer como si siempre estuviera doblado, como en un ataque de epilepsia permanente. Una vez lo vio Daniela e hizo el comentario:”por último a él no le queda otra que fumar pasta”. No sé cómo se llama, sólo me acongojé y emocioné a la vez cuando esa noche me dijo: “Co-o-coccccompppadrre. Eeeesperrre”. Y apareció con la billetera entre sus manos dobladas, avanzando lentamente. Me la pasó, el taxista se asustó y partimos sin poder pasarle una recompensa. Al tiempo lo reencontré mendigando en el terminal de tur bus, en el centro. Le agradecí, le pasé una luca y le pedí disculpas por ese día en la Golf.