jueves, 13 de noviembre de 2008

El artista del alambre

“¿Quién se va a creer tu historia?” suena la canción al tiempo que concluye en la tele que utilizo como despertador, haciéndome renovar mis inquietudes desprevenidamente. Al hilo tragicómico de mis amores le añado con una sonrisa bien profunda el entendimiento exacto de la frase. Ya amaneció. Sobre el velador están tres papelillos de pasta vacíos junto al encendedor rojo y en el suelo la pipa que vomitó la esterilla al dejarla caer antes de dormirme. Tontamente o por una afortunada falla de programación exhiben la misma canción una vez más. “A la hora de cerrar los bares/ El artista del alambre / Habla de la gloria, / De su propia sombra”. Lanzo una risotada que quizás despierte a los vecinos de la pensión. Y me desperezo tomando la pipa instalando la esterilla nuevamente y poniendo una aspirada tan ridícula que me avergüenzo de mi mismo. Miro hacia el lado la cama hecha, nadie conmigo y me sobrecojo. Ni una pizca de pena, ni un dolor o recuerdo. Por la tarde poblaré la ciudad como cualquier ciudadano productivo. Sin corbata pero con la mecánica de la operación en mis pasos. Públicamente camino airoso por los parques y avenidas de Antofagasta como cualquier otro. El aparato difusor de uno mismo es su manera de plantarse en la vereda. El habla cotidiana, una especie de canción sin odio. “Capital del reino/ De mentiras llenas,/ Todos eran buenos chicos/ Y ahora quien se acuerda…”. Me cruzo con Ricardo, el que camina parecido a mi, va con corbata, con lo ojos rojos. Él no usa gotas. Nos despedimos sin más, con el ademán típico de un encuentro de ascensor. Nada que decir o desdecir. Daniela debe estar en Santiago organizando el seminario internacional que su religión hará en la ciudad. Naty con sus pacientes en Viña. Cuando pienso en la belleza por separado me las imagino juntas en un cuarto oscuro donde sólo puedo tocar sus almas. La imaginación es la bondad de las posibilidades. Pero estoy aquí, muy cerca de la entrada de la oficina. Don Panchito me saluda con un silbido como de costumbre al que respondo con un silbido similar que hace que los demás trabajadores nos miren con desconfianza. “Cómo está Don Panchito”, “Bien, como día lunes…”. Y entro a la oficina con una sensación maravillosa. Lo demás es la mecánica de siempre y la desintegración del tedio que mi voluntad se proponga. Son las 7. Un happy no estaría mal. Llamo a mi amiga Malu, el mensaje en el nick de su Google Talk dice: “chata...aburrida...en fin...siempre hay algo..." A las 7.30 en la Kzona. El espacio entre copa y copa me hace sentir bien, no siento ansiedad o vacío de carrete. Malu llena mi alma de algún modo. Un tatuaje de amistad. A las 9.30 me pica la guata. Las estrellas se ven más grandes y Malu más rica. A las 10.30 llamó al dealer. Esta vez la suerte está conmigo. No contesta. Malu quiere seguir la juerga. Nos vamos a otro pub. Llega más gente. La amistad se diluye en la multitud. Otra vez me río de mi mismo. Tomo un colectivo y suena la canción en mi cabeza: “Y ahora que la luz del día/ Brilla sobre tus pupilas/ ¿Quién se va a creer tu historia?/ ¿Quién se va a creer tu historia?”

lunes, 3 de noviembre de 2008

Mi ex sin dureza

En mi vida hay vértigo. Quizás un corte sincrónico que se alarga en los días. Un dos tres momia. Y tal vez -lo más probable- ni siquiera sea así. La vida la siento como la camino. Y estoy seguro de que muchos tienen vidas más espectaculares que la mía. Más felices en su predilección oportuna. Más infelices en su vocación triste. Veo el pasado como un preciso modo de sentir todo en un instante. Si escucho una canción o aspiro un aroma que se inflama a través de mi existencia me consagro efectivamente en el presente. Y creo. Soy. Pienso. Siento. Sueño. Vivo. Estoy aquí. Me muevo aquí. Me gusta aquí. Y ahora. Así difumino con una sonrisa tranquila todos los sufrimientos que alguna vez tuve. O inventé. Pero claro: todos los insensatos hemos pretendido atrapar el tiempo. No importa. Somos subjetivos aunque trabajemos objetivamente hacia fuera, resguardando nuestra privacidad como una manera exclusiva de pretender algo. Estas palabras son el alimento sobreactuado de un animal salvaje. Procuran sanar y turbar, admitir la distancia que tengo de ser un posible humano completo. No. Aunque a veces, con la gloria furtiva de esa sonrisa tranquila, roce esa posibilidad. Y me contento de poder besar con la misma pasión y ternura después de que a muchos el tiempo ha quitado las ganas y la conciencia de la boca. El poder de un abrazo pauteado hacia el presente. He tenido la conciencia de no fumar pasta y salir del contexto. Ver otras manos y otros labios. Y reconocerlos después de 12 años. Y me alegro. Casi por azar. No tuve ni quise droga. La sola idea me pareció fome. No fue porque un hachazo me haya fisurado el corazón para que desde ahí resurgiera el amor como en un cuento de hadas. No. Soy yo. Vivo así. Mi contexto me programa, el presente me absorbe y lo vivo sin preguntas. La alegría de no fumar no opaca en ningún grado la alegría de los viejos amores. Son los mismos ojos en un cuerpo con más años. Nada más. El mismo grandioso buen humor. Las mismas penas encargadas en el tiempo. Y sobre toda esa fotografía apaisada, la voz de su hija que le llena el alma como cuando respiras y sonríes por estar vivo. Me alegra verla así. Me alegro de mirarla así. De humano a humano. Con la pequeña certeza de no haber perdido el tiempo. ¿Mañana? En verdad qué importa. No tengo futuro. Quizás, y a modo de reflejar mi posición, mañana volveré a Antofagasta y seguiré siendo el mismo insensato que se trata de reír de si mismo e intenta atraparlos en su alegoría.