jueves, 13 de noviembre de 2008

El artista del alambre

“¿Quién se va a creer tu historia?” suena la canción al tiempo que concluye en la tele que utilizo como despertador, haciéndome renovar mis inquietudes desprevenidamente. Al hilo tragicómico de mis amores le añado con una sonrisa bien profunda el entendimiento exacto de la frase. Ya amaneció. Sobre el velador están tres papelillos de pasta vacíos junto al encendedor rojo y en el suelo la pipa que vomitó la esterilla al dejarla caer antes de dormirme. Tontamente o por una afortunada falla de programación exhiben la misma canción una vez más. “A la hora de cerrar los bares/ El artista del alambre / Habla de la gloria, / De su propia sombra”. Lanzo una risotada que quizás despierte a los vecinos de la pensión. Y me desperezo tomando la pipa instalando la esterilla nuevamente y poniendo una aspirada tan ridícula que me avergüenzo de mi mismo. Miro hacia el lado la cama hecha, nadie conmigo y me sobrecojo. Ni una pizca de pena, ni un dolor o recuerdo. Por la tarde poblaré la ciudad como cualquier ciudadano productivo. Sin corbata pero con la mecánica de la operación en mis pasos. Públicamente camino airoso por los parques y avenidas de Antofagasta como cualquier otro. El aparato difusor de uno mismo es su manera de plantarse en la vereda. El habla cotidiana, una especie de canción sin odio. “Capital del reino/ De mentiras llenas,/ Todos eran buenos chicos/ Y ahora quien se acuerda…”. Me cruzo con Ricardo, el que camina parecido a mi, va con corbata, con lo ojos rojos. Él no usa gotas. Nos despedimos sin más, con el ademán típico de un encuentro de ascensor. Nada que decir o desdecir. Daniela debe estar en Santiago organizando el seminario internacional que su religión hará en la ciudad. Naty con sus pacientes en Viña. Cuando pienso en la belleza por separado me las imagino juntas en un cuarto oscuro donde sólo puedo tocar sus almas. La imaginación es la bondad de las posibilidades. Pero estoy aquí, muy cerca de la entrada de la oficina. Don Panchito me saluda con un silbido como de costumbre al que respondo con un silbido similar que hace que los demás trabajadores nos miren con desconfianza. “Cómo está Don Panchito”, “Bien, como día lunes…”. Y entro a la oficina con una sensación maravillosa. Lo demás es la mecánica de siempre y la desintegración del tedio que mi voluntad se proponga. Son las 7. Un happy no estaría mal. Llamo a mi amiga Malu, el mensaje en el nick de su Google Talk dice: “chata...aburrida...en fin...siempre hay algo..." A las 7.30 en la Kzona. El espacio entre copa y copa me hace sentir bien, no siento ansiedad o vacío de carrete. Malu llena mi alma de algún modo. Un tatuaje de amistad. A las 9.30 me pica la guata. Las estrellas se ven más grandes y Malu más rica. A las 10.30 llamó al dealer. Esta vez la suerte está conmigo. No contesta. Malu quiere seguir la juerga. Nos vamos a otro pub. Llega más gente. La amistad se diluye en la multitud. Otra vez me río de mi mismo. Tomo un colectivo y suena la canción en mi cabeza: “Y ahora que la luz del día/ Brilla sobre tus pupilas/ ¿Quién se va a creer tu historia?/ ¿Quién se va a creer tu historia?”

lunes, 3 de noviembre de 2008

Mi ex sin dureza

En mi vida hay vértigo. Quizás un corte sincrónico que se alarga en los días. Un dos tres momia. Y tal vez -lo más probable- ni siquiera sea así. La vida la siento como la camino. Y estoy seguro de que muchos tienen vidas más espectaculares que la mía. Más felices en su predilección oportuna. Más infelices en su vocación triste. Veo el pasado como un preciso modo de sentir todo en un instante. Si escucho una canción o aspiro un aroma que se inflama a través de mi existencia me consagro efectivamente en el presente. Y creo. Soy. Pienso. Siento. Sueño. Vivo. Estoy aquí. Me muevo aquí. Me gusta aquí. Y ahora. Así difumino con una sonrisa tranquila todos los sufrimientos que alguna vez tuve. O inventé. Pero claro: todos los insensatos hemos pretendido atrapar el tiempo. No importa. Somos subjetivos aunque trabajemos objetivamente hacia fuera, resguardando nuestra privacidad como una manera exclusiva de pretender algo. Estas palabras son el alimento sobreactuado de un animal salvaje. Procuran sanar y turbar, admitir la distancia que tengo de ser un posible humano completo. No. Aunque a veces, con la gloria furtiva de esa sonrisa tranquila, roce esa posibilidad. Y me contento de poder besar con la misma pasión y ternura después de que a muchos el tiempo ha quitado las ganas y la conciencia de la boca. El poder de un abrazo pauteado hacia el presente. He tenido la conciencia de no fumar pasta y salir del contexto. Ver otras manos y otros labios. Y reconocerlos después de 12 años. Y me alegro. Casi por azar. No tuve ni quise droga. La sola idea me pareció fome. No fue porque un hachazo me haya fisurado el corazón para que desde ahí resurgiera el amor como en un cuento de hadas. No. Soy yo. Vivo así. Mi contexto me programa, el presente me absorbe y lo vivo sin preguntas. La alegría de no fumar no opaca en ningún grado la alegría de los viejos amores. Son los mismos ojos en un cuerpo con más años. Nada más. El mismo grandioso buen humor. Las mismas penas encargadas en el tiempo. Y sobre toda esa fotografía apaisada, la voz de su hija que le llena el alma como cuando respiras y sonríes por estar vivo. Me alegra verla así. Me alegro de mirarla así. De humano a humano. Con la pequeña certeza de no haber perdido el tiempo. ¿Mañana? En verdad qué importa. No tengo futuro. Quizás, y a modo de reflejar mi posición, mañana volveré a Antofagasta y seguiré siendo el mismo insensato que se trata de reír de si mismo e intenta atraparlos en su alegoría.

lunes, 20 de octubre de 2008

Gimnasio

25 lucas me cuesta el gimnasio. 25 monos divididos en 4 partes. Una vez que he alcanzado las 10 lucas la compresión del cuerpo es tal, que comienzo el ejercicio aeróbico gastando la energía de los músculos. Apretándolos hacia mi mismo como un agujero negro que atrapa la luz. Sudo. Me saco la polera. El pantalón. Quedo en pelotas. Literalmente. Sólo la pipa y yo. Mi artefacto deportivo. Luego me pongo la ropa para salir a comprar otra vez. Con el filo del cansancio en la cara. Con las pupilas dilatadas y el cuerpo frigorizado. El corazón a mil. Como siempre. Miro hacia todos lados. Nadie me persigue. Mi boca seca apenas puede producir sonidos. Hago parar un colectivo mientras varias gotas de sudor bajan por mi cara. “Buenas noches, salí a trotar”, le digo al colectivero. De ahí es sólo suerte. Ojalá que el colectivero no se urja. Lo tanteo. Lo ideal es que no vaya nadie más. Eso nunca ocurre. Siempre hay alguien más. Pero si soy el único pasajero, si el colectivero es comprensivo o quizás un buen capitalista que busca su oportunidad en cualquier lugar, le pido que baje por Serrano, me espere y que de vuelta le pago todos los pasajes. Casi siempre dicen que sí. En la noche todos los gatos son =les. Ningún gasto está demás. Es parte del circuito. En comprar 12 monos me demoro 2 minutos: la tía o el travesti duro de siempre. Siempre hay alguien más. No lo dudo. De vuelta converso algo, le digo al colectivero que estoy cagado.”Así está la ciudad”, me responde. “Esto para mi es puro ejercicio”, le respondo. “Gracias, que le vaya bien”.”A ti =”. Y otra vez al ejercicio. Mono. Pipa. Fuego. Mono. Pipa. Fuego. Mono. Pipa. Fuego... Ya es la última serie. Se me viene una idea loca. Mientras miro el fulgor de la pasta quemándose y siento mis huesos oprimiéndose sobre sus médulas, no sé cómo, entre ese aeróbico movimiento, aparece, casi en paralelo, la imagen de Happy Feet bailando al son de mi performance. También me pongo a bailar. No importa lo que suena en la tele a todo volumen. Ni tampoco el miedo a que abran la puerta. Es la trinidad perfecta. Una aspirada genial, la luz muerta de la pasta quemándose y los pasos contagiosos de Happy Feet moviéndose en mi corazón. Sólo se trata de amor. Entonces el sudor tiene un mínimo sentido que me esperanza y el humo que entra seco hacia adentro la fuerza negativa y positiva de toda materia. Momentos más momentos menos. Cada uno en su baile. Flexiono mis rodillas para recoger algo de pasta que cayó en el suelo. Mi cuerpo completamente mojado se deshace y por fin sé que la jornada ha terminado. La culpa se viene tan rápido como la imagen de los padres y amigos de Happy Feet desvaneciéndose en un acuario. No hay más pescado. El sábado paso la tarde durmiendo y el domingo amanezco con todo el cuerpo adolorido. Las nalgas y las pantorrillas. El arco del pie derecho. Los brazos y el cuello. Y ya de noche, con la ausencia total de bondad, maldad o culpa, apaleado, intento subir las escaleras para apresurarme a dormir. Enciendo la tele sólo para no estar solo. Pero ni el zapping me sirve. Pienso en cuántos pingüinitos morirán de hambre. En la tele aparece Josefina Correa. Creo ver en sus ojos una mirada clara, escucho su voz santurrona predicándome una oferta. Y le pregunto en voz alta: “¿crees que estoy metiendo a todo el mundo en mi mierda?”

martes, 14 de octubre de 2008

Meditación Dura (a Beto Plaza Q.E.P.D)

Hay quienes le llaman costumbre a la ensoñación de no soltar la mano del otro, también lo nombran amor, miedo, esclavitud, solidaridad. Mundo.

Lo más cercano a la alegría de sabernos amigos de la muerte sería mantener el paso al frente a sabiendas del peligro. Superar de corazón la cara horrible de la devastación. Un acto heroico se consagra si ese avance propone la pérdida del individuo por el bien de los otros. Pero otros ya partieron sin saberlo siquiera. Y aunque la pretensión se desvanezca al continuar el camino, el caos nos recuerda aún más que al final del recorrido nos espera a todos el cumplimiento de nuestra extinción.

Antes o después, ¿qué, quién o quiénes nos esperan? Cada uno puede medir su respuesta. Pero ¡qué alegría de los que sonríen al término del camino!

La tristeza quizá vino de la mano de alguien que no supo cuándo amar al silencio. Será por eso que su vaivén enloquece a las almas siniestras.

A esas soledades errantes, en su ocaso, el silencio les enrostra sus oscuridades, las ilumina incluso como una obra de teatro que las aterra, y de la que no pueden escapar. Como visiones infernales, reviven los delirios de sus muertes pasadas, de sus asesinatos. Y el que no delira en algún momento después de asesinar, tiene en su corazón una muerte profunda que no él, sino sus descendencias, cargarán, tarde o temprano, como una verdad ineludible.

Es la forma más extraña del silencio: la que expande ecos de locura.

Mecer nuestros pasos pequeños y bellos con armonías y disparates estimula una poderosa dimensión humana. Nos hace tan impredecibles y aventureros que dignifica nuestra épica, buscando, ante todo, y por otro camino, en el inicio del abismo, encontrar un sentido donde el silencio no se confunda con la nada.

Flechas, sables, cañones, bombas, aviones, heridas abiertas, misiles en todas sus acepciones, han recorrido una historia de muerte hasta nuestros tiempos hermanando sus voces con el vacío. A veces imperceptibles, otras en estrépitos. Pero siempre buscando un objetivo para el reinado del silencio.

Cuando no hemos recibido el influjo certero de la destrucción, tenemos nuestras propias armas para acallarnos. Autoflagelaciones que nos mantienen atentos a la espera del silencio, como ahora que busco ansioso que el tiempo pase. Pero el tiempo y la espera se hacen largos cuando la química remece nuestras virtudes imitando los últimos episodios de nuestras vidas. Con escalofríos, azuzamos esas armas para atemorizarnos, para ver detrás del árbol la mano fría de la desaparición que nos alcanza. No pensamos en la descendencia y la parte de nuestra voz que se queda con ella. Aborrecemos la incertidumbre, nos aferramos a dios o algo que nos cubra. Y del silencio que se avecina hablamos en voz baja.

En el momento material definitivo, como un mimo quieto, nuestros cuerpos se dispersan, el tiempo toma lo que le pertenece por derecho propio y algo germina. El silencio tiene su pausa. Los que quedamos el poder de la vida y una posición para adorarla...

martes, 26 de agosto de 2008

La Javiera

Ayer pasé por Serrano. Hace rato que no iba a esa calle parecida a todas las calles céntricas del norte. Puro hard-rock. Los travestis y las putas se mezclan con los angustiados, los ladrones y los cafiches. Los fantasmas de Celia y Yeimi, asesinadas en el bazar Glorita en 2005, arriba, en Matta, entre Bolívar y Sucre, deambulan buscando al sicópata del martillo para enviar un mail con su foto a las autoridades. Recuerdo el artículo de el mercurio y las palabras de la criminóloga Doris Cooper, “el crimen puede estar relacionado con una persona que actuó bajo una locura temporal por drogas. Pero no se puede descartar la segunda teoría, como es que la víctima haya tenido una relación afectiva con algún sicópata que se haya visto profundamente frustrado, frente a una situación en que se siente traicionado y abandonado, lo que le hace imposible controlar sus impulsos y generando finalmente un homicidio macabro”. Y nada. Las casas antiguas, como siempre, descansan cerca de las esquinas abriendo sus puertas para que los taxistas o los gringos adelantados se sirvan a los shemales que pululan por el lugar con sus voces roncas vestidas de mujer, o quizá a una puta adicta que toma cerveza afirmada en el semáforo de Condell con Serrano. Y por supuesto es un lugar peligroso. Dicen. Pero para un yonki envalentonado por el suave regocijo que da el copete, la piká de wuata que se asoma después de su posesión, y una inquebrantable vocación a la locura, resulta ser una feria libre. Me he sentido más intimidado en las cenas de los industriales de Antofagasta que en esas calles de miseria y verdad humana. Son códigos no aptos para las señoras que miran policías en acción o en la mira del canal de Piñera, o para los viejos abrumados por las deudas que buscan una explicación en el “otro” para superar su impotencia. La droga lo come todo. Y es cierto. Los monos son chicos en Serrano. Lo que consigues por 5 lucas en la Golf acá lo consigues mínimo con 12. Pero está cerca: todos los coletos llegan a Roma. Y toda estrella se ve distinta entre tanta luz de auto y tantas ganas de fumar después de un estupendo carrete vip con los amigos y las pololas y todo ese marketing emocional que nos hace sentir privilegiados. De hecho creo que soy privilegiado al poder vivir transversalmente esta ciudad de cobre.

Ando bastante ebrio pero hablo con autoridad, signo inequívoco de que no será fácil embaucarme, porque , obvio, aquí todos nos metemos con todos, de algún modo ridículo como sería que pase la plata y el travesti amoroso se vaya de vuelo (imposible), o que yo le diga: “deja ver la hueá, no me hueís que te pase la plata”, y acto seguido arranque despavorido por Serrano hacia abajo, y después por Latorre hacia el sur y después por Sucre hacia abajo y , con suerte, se cruce un coleto y lo tome para partir al sur definitivamente. Toda la cadena alimenticia posible se me abre con esa imaginería: mis amigos y amigas deben estar durmiendo, otros tirando, otros jalados tratando de sentir sus pieles, hablando la pura-pura pulenta. Pero nada de eso pasa. No tengo dónde fumar, pero sí plata. Algunas veces trabajo para esto. La mayor parte del tiempo vivo feliz. Me adjudico a mi mismo la chapa de no convencional, Daniela me dice que es una forma elegante de ser mediocre. Será.


“Hola lindo”, me dice un travesti flaco y alto, de rulos y carehombre. “Hola, cuánto sale una pieza para estar piola. Quiero fumar pasta”. Los ojos del travesti se le abren a concho y se encorva levemente. “¡Ven!, vale 10 lukas la pieza, con un copete incluido, y 10 más para la pasta, yo tengo pipa”. La pieza está a 10 coincidentes metros de Condell, por Serrano. Antes de entrar un coleto se detiene y un taxista gordo le dice al travesti “ya poh Javiera, vai a ir o no”. “Pégate varias vueltas y volvis, no veis que estoy ocupada”.

La casa tiene el olor de lo viejo, la pintura de los cielos descascarada hace que todo sea un ensueño donde un sinfín de travestis en los umbrales de los pórticos esperan con una sonrisa que pase algo, y los paseantes flacos con los ojos hundidos quién sabe dónde se menean como algas en el vaivén de la corriente marina. Aunque todo es nuevo para mí sólo la esperanza del humo traspasando mi garganta me motiva. Cuando entramos a la pieza la Javiera se sienta en una cama de una plaza que alterna sin mucha estética con un velador de donde la Javiera saca la pipa. La deja encima. Me pide las 20 lucas y vuelve con una botella de medio litro de manzanilla, sin hielo y 6 monos medianos.

“Ya poh me dice la Javiera, nerviosa, dame uno”. “Ey, calmá”. Tomo la pipa y me echo dos monos, enciendo el encendedor al máximo y aspiro con los ojos cerrados. XD. Cuando abro los ojos la Javiera está mirando la pipa como endemoniada. Tira un escupo al suelo, su femineidad desaparece y me habla derechamente como hombre para que le pase la pipa. Lo hago y se pega su toque. Bebo el brebaje asqueroso que me regaló tan distinguido lugar y me entra agua al bote. Compró 10 lucas más. XD, XD, XD.

“No me metiste burundanga en el copete y después me meterás el pico Javiera, nocierto?, no seriai tan maricón”. Y me río. “No me ofendas lindo, no soy maricón ni hombre”, replica riéndose y retomando otra vez su papel de mina cuica. Y comienza a coquetearme, a seducirme. Se saca las pechugas, su orgullo según me cuenta, y sigue “no querrás un mamoncito”. Y me río ebrio. “Vine a fumar turri nomás Javi, sorry, me gustan las minas”. “Pero prueba, no te vai a arrepentir”. Y me agarra el paquete. Yo me corro y le anuncio” tengo polola loco, loca, sorry otra vez”. “Puta el weon cartucho, y qué vamos a hacer, todavía no acaba la hora”, me dice frustrada. “Nada poh”. Y me habla sobre su vida, de que es una mujer pero cuesta muy caro cortarse la tula, que la pasta tiene la cagá en la ciudad, que ya no se puede tener amigos. La miro con sus tetas afuera y su cara de hombre. Veo la pipa en el velador. No me queda plata. No me siento satisfecho, cómo podría decir eso un buen adicto. Javi se angustia otra vez y lanza su cuarto gargajo al suelo de madera pasado a petróleo. Me despido con un abrazo. “Vamos –me dice-, te acompaño al coleto, no vaya a ser que te pase algo”.

jueves, 8 de mayo de 2008

Regalona

No recuerdo cuánto tiempo la he tenido. Sí que la canjeé por puntos acumulados gracias a mi buena conducta en Smartcom. Me olvidé o no sabía que podía obtener premios por ser tan obediente en el pago y en ocupar tantos minutos en el celular. Hoy la tengo aún a mi lado, en mi bolsillo ¿serán 5 años? Creo que sí. Es la billetera que más me ha durado y por lo mismo, sin ser un fetichista acérrimo, es que le guardo cierto cariño, sobre todo porque se me ha perdido 4 veces y, como en tantos eternos retornos, ha vuelto a mí sólo por el capricho del azar. Las últimas dos veces que se me perdió fueron el año pasado. La primera se me quedó en un colectivo y estuve a punto de realizar todos los trámites para bloqueos y cuánto se necesita renovar en documentos. Mi madre esa noche cuando supo rezó y le pidió a dios que la billetera apareciera. Y en la mañana siguiente una señora la llevó a su casa intacta. ¿Cómo llegó hasta la casa de mi madre? Por la dirección del carné de conducir. De cualquier modo fue esperanzador el hecho de que esta amable señora fuese desde los jardines del norte hasta la casa de mis padres en el centro de la ciudad a devolverla. “Es que a uno le puede pasar y esperaría que los demás hicieran lo mismo”, respondió la señora ante la pregunta obvia de mi mamá. La segunda vez fue casi a fin de año, después de una juerga por la titulación de abogada de una amiga. Comenzamos en el Boliche con varios ron cola para terminar en La Caverna bebiendo cervezas y viendo buenos videos rockeros. A mi me picó la guata, y como estaba recién pagado, llamé un radiotaxi y partí a la Golf, le expliqué claramente al taxista a lo que iba y accedió. Como iba con mis copetes entretuve muy bien al buen tipo quien entró calmadamente en ese contexto surreal que es la Golf. Le dije “tranquilo, pare aquí”. En ese momento se puso nervioso. Aparecieron al instante dos fantasmas y uno me mostró una bolsa de 5, me aluciné y le dije con la ventana del auto abierta "ya, pasa" . La obsesión de ver la pasta y la alegría drogona de tenerla me hizo abrir la billetera y mirar sólo el color blanco plomizo que permanecía dentro de la bolsa, momento en que el fantasma se hizo de carne y hueso y me arrebató la billetera ipsofacto. Se fue con 180 mil pesos. Tuve que decirle al taxista que le pagaría 10 mil pesos en la quincena y que por favor me llevara de vuelta a la casa con la bolsa de tiza molida en la mano y completamente derrotado. Al día siguiente inventé un asalto para no tener que dar explicaciones desastrosas y sobre todo apocalípticas de mi condición. Saqué nuevamente carné de identidad y de conducir previa repactación de préstamo de la caja de compensación. De ese modo no sentí el golpe del dinero perdido porque mantuve la cuota de cada mes sólo que alargue la cantidad en el tiempo. El tiempo, de eso se trata todo. Por supuesto después del suceso otra vez fui a alguna celebración y otra vez roncolas y cervezas y ganas de fumar. Y otra vez partí a la Golf. En esa ocasión me vio un fantasma que antes paseaba por los contornos del supermercado Líder y que tiene una enfermedad que lo hace parecer como si siempre estuviera doblado, como en un ataque de epilepsia permanente. Una vez lo vio Daniela e hizo el comentario:”por último a él no le queda otra que fumar pasta”. No sé cómo se llama, sólo me acongojé y emocioné a la vez cuando esa noche me dijo: “Co-o-coccccompppadrre. Eeeesperrre”. Y apareció con la billetera entre sus manos dobladas, avanzando lentamente. Me la pasó, el taxista se asustó y partimos sin poder pasarle una recompensa. Al tiempo lo reencontré mendigando en el terminal de tur bus, en el centro. Le agradecí, le pasé una luca y le pedí disculpas por ese día en la Golf.

lunes, 14 de abril de 2008

Rent a car (parte 3)

Descanso profundamente de mi mismo. En la tv abierta la farandulización de la farándula estrangula mis ojos que han sabido cabalgar por esas soledades que observan desde otros sitios mi propia soledad. Pero no dejo de ver. Mi vecino ha cenado pasta después de almorzar transeúntes y como el vértigo del hambre marca las horas del día, ha decidido buscarme para cenar a algún transeúnte desprevenido para quizá almorzar mañana justo en medio de mi asco. Los profetas habrán de ver los escupos en el suelo,verdaderas lágrimas de asfalto, duras y serias como los postes en las esquinas con sus reflejos humanos,despojados de todo gesto, humillados en su arco triste. Pase un colectivo o dios, es lo mismo,el paraíso lo ganamos a fuerza de quietud, no es cámara lenta sino el eterno retorno del fuego al quemar la pasta.

martes, 18 de marzo de 2008

Reducir el daño

Cuando comencé este diario digital tenía la certeza de que iba por el camino exacto de la rehabilitación. Pero recaí, como siempre, aunque el motivo siga intacto. Debo decir que fue una buena decisión. Cuando terminé con Dani sabía, del mismo modo, que era un paso fundamental. Ya no podía mantener ese círculo de culpa, o doble vida, como sea, donde me enajenaba fumando y después, cuando compartíamos con ella y amigos me hacía el cartucho y terminaba mirándola feo porque no podía tomar y ella de bruja ante todos por no dejarme ser. Pero no era de ninguna de las dos formas. Estar en esa posición no permite absolutamente nada. Creo que a muchos les debe suceder en otros ámbitos, en otras adicciones y en otros tiempos. En estas estrofas de la sección “Canadá” del poemario “Literraturri”, que escribí durante 2005-06, me parece que anticipaba este estado : “Tieso como filo de navaja, / predican mis voces por las esquinas,/ y en el centro,/ me reconozco y preciso abrazarme /para ser uno otra vez,/ y buscar tu mano/ que has ofrecido una y mil veces,/y ser dos, y uno otra vez. / Pero caigo, y no puedo quejarme / haciendo de todo otra tragedia / que con la poderosa atracción de los sentidos/ he consumado para reconocer los excesos en mi cuerpo”.

lunes, 17 de marzo de 2008

Clasificados


Se necesita nuevo dealer por encarcelamiento de los anteriores, enviar currículum con pretensiones de compras semanales a fumannchu@gmail.com

viernes, 7 de marzo de 2008

Desde la pachamama

Vuelvo con una historia externa, algo así como un puente para retomar el tema. Todo sigue igual, aunque debo confesar que convivo mucho mejor que antes con mi adicción. Algo me ha pasado de bueno durante el último tiempo. Supongo que será una especie de resignación positiva. La resignación de un reo que sale de su celda, el día de visitas, pero disfrutando de la playa y el sol. En eso hay un abismo de diferencia. Sucede que antes me sentía entre rejas habiendo playa o no, sol o no.