“¿Quién se va a creer tu historia?” suena la canción al tiempo que concluye en la tele que utilizo como despertador, haciéndome renovar mis inquietudes desprevenidamente. Al hilo tragicómico de mis amores le añado con una sonrisa bien profunda el entendimiento exacto de la frase. Ya amaneció. Sobre el velador están tres papelillos de pasta vacíos junto al encendedor rojo y en el suelo la pipa que vomitó la esterilla al dejarla caer antes de dormirme. Tontamente o por una afortunada falla de programación exhiben la misma canción una vez más. “A la hora de cerrar los bares/ El artista del alambre / Habla de la gloria, / De su propia sombra”. Lanzo una risotada que quizás despierte a los vecinos de la pensión. Y me desperezo tomando la pipa instalando la esterilla nuevamente y poniendo una aspirada tan ridícula que me avergüenzo de mi mismo. Miro hacia el lado la cama hecha, nadie conmigo y me sobrecojo. Ni una pizca de pena, ni un dolor o recuerdo. Por la tarde poblaré la ciudad como cualquier ciudadano productivo. Sin corbata pero con la mecánica de la operación en mis pasos. Públicamente camino airoso por los parques y avenidas de Antofagasta como cualquier otro. El aparato difusor de uno mismo es su manera de plantarse en la vereda. El habla cotidiana, una especie de canción sin odio. “Capital del reino/ De mentiras llenas,/ Todos eran buenos chicos/ Y ahora quien se acuerda…”. Me cruzo con Ricardo, el que camina parecido a mi, va con corbata, con lo ojos rojos. Él no usa gotas. Nos despedimos sin más, con el ademán típico de un encuentro de ascensor. Nada que decir o desdecir. Daniela debe estar en Santiago organizando el seminario internacional que su religión hará en la ciudad. Naty con sus pacientes en Viña. Cuando pienso en la belleza por separado me las imagino juntas en un cuarto oscuro donde sólo puedo tocar sus almas. La imaginación es la bondad de las posibilidades. Pero estoy aquí, muy cerca de la entrada de la oficina. Don Panchito me saluda con un silbido como de costumbre al que respondo con un silbido similar que hace que los demás trabajadores nos miren con desconfianza. “Cómo está Don Panchito”, “Bien, como día lunes…”. Y entro a la oficina con una sensación maravillosa. Lo demás es la mecánica de siempre y la desintegración del tedio que mi voluntad se proponga. Son las 7. Un happy no estaría mal. Llamo a mi amiga Malu, el mensaje en el nick de su Google Talk dice: “chata...aburrida...en fin...siempre hay algo..." A las 7.30 en la Kzona. El espacio entre copa y copa me hace sentir bien, no siento ansiedad o vacío de carrete. Malu llena mi alma de algún modo. Un tatuaje de amistad. A las 9.30 me pica la guata. Las estrellas se ven más grandes y Malu más rica. A las 10.30 llamó al dealer. Esta vez la suerte está conmigo. No contesta. Malu quiere seguir la juerga. Nos vamos a otro pub. Llega más gente. La amistad se diluye en la multitud. Otra vez me río de mi mismo. Tomo un colectivo y suena la canción en mi cabeza: “Y ahora que la luz del día/ Brilla sobre tus pupilas/ ¿Quién se va a creer tu historia?/ ¿Quién se va a creer tu historia?”
Aquí la canción http://www.youtube.com/watch?v=B_tZGX2R-kY
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