lunes, 3 de noviembre de 2008

Mi ex sin dureza

En mi vida hay vértigo. Quizás un corte sincrónico que se alarga en los días. Un dos tres momia. Y tal vez -lo más probable- ni siquiera sea así. La vida la siento como la camino. Y estoy seguro de que muchos tienen vidas más espectaculares que la mía. Más felices en su predilección oportuna. Más infelices en su vocación triste. Veo el pasado como un preciso modo de sentir todo en un instante. Si escucho una canción o aspiro un aroma que se inflama a través de mi existencia me consagro efectivamente en el presente. Y creo. Soy. Pienso. Siento. Sueño. Vivo. Estoy aquí. Me muevo aquí. Me gusta aquí. Y ahora. Así difumino con una sonrisa tranquila todos los sufrimientos que alguna vez tuve. O inventé. Pero claro: todos los insensatos hemos pretendido atrapar el tiempo. No importa. Somos subjetivos aunque trabajemos objetivamente hacia fuera, resguardando nuestra privacidad como una manera exclusiva de pretender algo. Estas palabras son el alimento sobreactuado de un animal salvaje. Procuran sanar y turbar, admitir la distancia que tengo de ser un posible humano completo. No. Aunque a veces, con la gloria furtiva de esa sonrisa tranquila, roce esa posibilidad. Y me contento de poder besar con la misma pasión y ternura después de que a muchos el tiempo ha quitado las ganas y la conciencia de la boca. El poder de un abrazo pauteado hacia el presente. He tenido la conciencia de no fumar pasta y salir del contexto. Ver otras manos y otros labios. Y reconocerlos después de 12 años. Y me alegro. Casi por azar. No tuve ni quise droga. La sola idea me pareció fome. No fue porque un hachazo me haya fisurado el corazón para que desde ahí resurgiera el amor como en un cuento de hadas. No. Soy yo. Vivo así. Mi contexto me programa, el presente me absorbe y lo vivo sin preguntas. La alegría de no fumar no opaca en ningún grado la alegría de los viejos amores. Son los mismos ojos en un cuerpo con más años. Nada más. El mismo grandioso buen humor. Las mismas penas encargadas en el tiempo. Y sobre toda esa fotografía apaisada, la voz de su hija que le llena el alma como cuando respiras y sonríes por estar vivo. Me alegra verla así. Me alegro de mirarla así. De humano a humano. Con la pequeña certeza de no haber perdido el tiempo. ¿Mañana? En verdad qué importa. No tengo futuro. Quizás, y a modo de reflejar mi posición, mañana volveré a Antofagasta y seguiré siendo el mismo insensato que se trata de reír de si mismo e intenta atraparlos en su alegoría.

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