
Tengo ganas de fumar pasta. Me levanté muy temprano ayer y en la madrugada tuve los fantásticos sueños fumones. Son más ricos que fumar en serio porque despiertas y estás sano. Pero también son la antesala de la recaída, el presente químico rascándote la guata. Así, entre consiente y aún soñando, comienzo a preparar el escenario: terminar el trabajo, un happy hour y después, ebrio, ir a la movida exacerbado por el alcohol. Recuerdo la primera y más extraña recaída. Cuando volví de vacaciones de verano, del sur, con Daniela y su mamá, Bety. Estuve limpio prácticamente durante un mes. Me sentí bien en el sur, llegamos hasta Chiloé, compramos Ostras en Caulín donde unos 500 cisnes cuello negro se apareaban. Supimos que en ese lugar, en invierno, llegaban flamencos a aparearse mientras la lluvia torrencial bañaba sus plumas. Vimos un huemul camino al volcán Villarrica. Supe la historia de la separación de Bety con el papá de Dani y cómo ella tuvo que convertirse en la mamá de Bety. Todo iba viento en popa con Dani y fui feliz. Al regreso, la primera noche en Antofagasta, tuve el sueño fantástico. En la mañana de domingo sabía que mis papás iban a la iglesia. Tenía plata en los bolsillos y pasta a la vuelta de la casa. Me gasté 90 mil pesos de las 11.00 a las 19.00 horas. En uno de los momentos en que salí de mi pieza para ir a ver si alguien venía, mi gata Antonia cé acercó con un envoltorio amarillo de pastilla de miel en el hocico. Lo tiró al suelo y comenzó a jugar con él con sus garras mirándome. Mi corazón se trizó. Cuando mi mamá llegó con mi papá estaba en el otro yo. Mi mamá lloró. Mi papá se sentó, no, se desparramó en la cama. Mi hermano, completamente entregado a Cristo, tomó la Biblia y rezó y también se convirtió en otro. Yo pensaba en la vuelta de la esquina. Le dije a mi hermano que no sentía nada con sus oraciones. Que quería ir a la vuelta. Llegaron mis sobrinos más chicos. Lloré. Ahora lloro. Llegó mi sobrino mayor, Sebastián, y me dijo que no entendía qué le encontraba a la droga. Nadie me fustigó. Todos me acogieron. Mi hermano mayor, Marco, me dio una cariñosa palmada en el muslo mientras yacía sentado en uno de los sillones del living comedor. Mis cuñadas, Sanny y Yeliza me hicieron cariño Llegó Daniela. Toda mi red estaba ahí y yo cayendo en mi propio acto de teatro, toda la red y yo saltando para alcanzar nada. Llamamos al Crear para ir al día siguiente. Fui y el hermano de Fernando Paulsen, el director, me dijo que a los 42 caería inevitablemente. Le dije que era humanista, que no me gustaba el régimen militar de ese centro. Me repitió que a los 42, como él, cuando tuviera todo perdido, me daría cuenta. Decidí no quedarme. Uno sabe cuándo llega el amor, algunos presienten cuándo van a morir, imagínense cuando la química llama a su objeto y uno es sólo un mediador inútil. Espero no fumar hoy.